Por: Mauricio González - Jue, 25/06/2009
En mis primeros años de vida solía quedarme dormido con un disco de Mozart, que -según cuenta mi madre- ayudaba a que conciliara el sueño con mayor rapidez y a que pasara una noche más tranquila. Probablemente ha oído miles de historias como esta y es que, desde que el tiempo es tiempo, se sabe que la música ejerce efectos beneficiosos sobre el comportamiento y la salud de las personas. ¿Le parece más una actividad esotérica que una disciplina científica?
Efectivamente, muchos asocian la musicoterapia con métodos alternativos o incluso hay quienes la consideran un pasatiempo o una actividad no exenta de misticismo, pero lo cierto es que hay investigaciones clínicas que prueban que la música puede ayudar a aprender mejor, a combatir la depresión, a manejar el dolor e incluso a fortalecer las defensas. Y hay escuelas y universidades que cuentan con postítulos, posgrados y hasta doctorados en esta materia, cuyo objetivo es preparar a musicoterapeutas profesionales que tengan gran vinculación con la música y que la utilicen con fines terapéuticos para ayudar a personas que presentan algún tipo de necesidad o apoyo especial.
"La musicoterapia tiene un enfoque, una escuela, una trayectoria e investigaciones serias han demostrado resultados", asegura Alejandra Penagos, coordinadora de la Maestría en Musicoterapia de la Universidad Nacional de Colombia, un programa académico que se caracteriza por tener un método clínico, comunicativo y comunitario. Esta maestría comenzó a impartirse en el 2005 en respuesta a un estudio de mercado que reveló que los musicoterapeutas colombianos se veían obligados a salir del país y buscar maestrías en otros países de América Latina o Europa.
Según Penagos, la musicoterapia no actúa como una terapia aislada, sino que se complementa con tratamientos sicológicos y con métodos de aprendizaje, visión que comparte la profesora Susanne Bauer, una voz autorizada en Chile. "La musicoterapia es un tratamiento complementario, serio y útil, que consiste en poner al servicio de las personas afectadas por alguna enfermedad, molestia o sintomatología, sea mental, afectiva o física, la música y sus elementos", dice Bauer, quien se desempeña como coordinadora del Postítulo en Terapias de Arte con Mención en Musicoterapia que ofrece la Universidad de Chile.
"La musicoterapia atiende distintas discapacidades, sean físicas, psíquicas o sensoriales; niños con déficit de atención, hiperactividad, autismo, problemas afectivos; niños desplazados e incluso hemipléjicos, además de todas las demencias. En el adulto mayor, por ejemplo, se usa la musicoterapia para tratar enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson y accidentes cerebro-vasculares", cuenta Bauer, agregando que ya están en la séptima versión de este postítulo, que se imparte cada un año y medio desde 1999, y que empiezan la octava en agosto. Y, al igual que en Colombia, la finalidad de este postítulo es llenar un vacío académico en el país.
Y es que efectivamente en América Latina esta disciplina comenzó a desarrollarse de manera mucho más tardía que en otros países como Estados Unidos, donde su historia académica se remonta a las primeras décadas del siglo XX. El primer curso universitario de musicoterapia fue impartido en la Columbia University de Nueva York en 1919, donde se preparaba a músicos para trabajar como terapeutas en los hospitales, atendiendo a excombatientes de la primera Guerra Mundial que mantenían secuelas mentales y físicas. En el caso de España el desarrollo también ha sido más tardío comparado con otros países de Europa como Italia y Francia, pero hoy en día prestigiosas universidades como la Pompeu Fabra y el Instituto Superior de Estudios Psicológicos (ISEP) de Barcelona imparten maestrías en musicoterapia.
Esta nutrida oferta de postítulos y maestrías en musicoterapia a escala mundial, dirigida a médicos, psicólogos, pedagogos y educadores sociales, entre otros, deja en evidencia que se trata de una formación altamente especializada, seria y que busca entregar conocimientos y competencias teórico-prácticas, así como rigor metodológico y una actitud de autoperfeccionamiento constante que ayude al desarrollo de la profesión tanto a nivel clínico como en el campo de la investigación.
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